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Clase Magistral de Hebe Uhart durante la Presentación de la Revista OCNI en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Realizada el 3 junio de 2013.
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Cuando uno empieza a escribir, lo único que tiene es una historia. En ese sentido, escribir una historia es ya escribir. ¿Cuál es el proceso que hace que la materia se vuelva consciente? Nadie lo sabe, la biofísica todavía no encontró la respuesta; como buen neófito me doy una explicación suficiente: la práctica. Una constelación de partículas danzantes en una situación repetida no puede escapar a su destino; la conciencia es el destino de la práctica. Con la escritura sucede exactamente lo mismo.
Sergio Bizzio / Era el cielo (Buenos Aires, interZona, 2011)
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Chéjov fue el primer escritor en apoyarse tanto en las corrientes subterráneas de la sugerencia para comunicar un contenido concreto. En la misma historia de Lipa y el niño está el marido de ella, un estafador que cumple trabajos forzados. Antes, en los tiempos en que todavía practicaba con éxito su turbio negocio, solía escribir a casa con una letra muy bonita, que no era la suya. Casualmente comenta un día que es su buen amigo Samorodov quien escribe esas cartas para él. No vemos nunca a ese amigo suyo; pero cuando el marido es condenado a trabajos forzados, sus cartas llegan desde Siberia con la misma hermosa letra. Eso es todo; pero queda perfectamente claro que el buen Samorodov, quienquiera que fuese, ha sido su compinche en el delito y ahora está sufriendo el mismo castigo.
Una vez me comentó un editor que cada escritor lleva grabado un número, que es el número exacto de páginas que será el máximo de todo libro que escriba. El mío, lo recuerdo, era 385. Chéjov no hubiera podido nunca escribir una buena novela larga; era un velocista, no un corredor de fondo. Parece como si no lograra mantener enfocado por mucho tiempo el esquema vital que su genio descubría aquí y allá: lo retenía, en su fragmentaria vividez, lo bastante para escribir un cuento, pero la imagen se negaba a conservarse luminosa y detallada, como hubiera sido necesario para hacer de ella una novela larga y sostenida. Las cualidades de Chéjov como dramaturgo no son otras que sus cualidades como autor de relatos de mediana extensión; los defectos de sus obras de teatro son los mismos que se hubieran transparentado si hubiera intentado escribir novelas de verdad.-Se le ha comparado con el escritor francés de segunda fila Maupassant (a quien no sabemos por qué se le llama «de Maupassant»); y, aunque esa comparación perjudica a Chéjov en el plano artístico, sí es cierto que existe un elemento común a ambos escritores: que no podían darse el lujo de ser prolijos. Cuando Maupassant, forzando la pluma a correr distancias que rebasaban con mucho sus inclinaciones naturales, escribía novelas como Bel Ami o Une Vie, lo que le salía en el mejor de los casos era una serie de rudimentarios relatos cortos y desiguales, engarzados de manera más o menos artificial y carentes de esa corriente interna que va impulsando el tema y que es tan natural en el estilo de novelistas natos como Flaubert o Tolstoi. Salvo un traspiés de su juventud, Chéjov no intentó nunca escribir un libro voluminoso. Sus piezas más largas, como Un duelo o Tres años, siguen siendo relatos cortos.
Los libros de Chéjov son libros tristes para personas con humor; es decir, sólo el lector provisto de sentido del humor sabrá apreciar verdaderamente su tristeza. Hay escritores que parecen como algo intermedio entre una risita y un bostezo: Dickens era uno de éstos. Existe también ese tipo de humor terrible que el escritor introduce concientemente para dar un respiro puramente técnico después de una buena escena trágica, pero éste es un truco que está muy lejos de la literatura auténtica. El humor de Chéjov no pertenece a ninguno de esos tipos; es puramente chejoviano. Para él las cosas eran jocosas y tristes al mismo tiempo, pero no se veía su tristeza si no se veía su jocosidad, porque las dos estaban unidas.
Los críticos rusos han señalado que el estilo de Chéjov, su elección de palabras y demás, no revela ninguna de esas especiales preocupaciones artísticas que obsesionaban, por ejemplo, a un Gógol, un Flaubert o un Henry James. Su léxico es pobre, su combinación de palabras casi trivial; el pasaje artístico, el verbo jugoso, el adjetivo de invernadero, el epíteto de crema de menta servido en bandeja de plata, todo eso le era ajeno. No fue un inventor verbal como lo había sido Gógol; su estilo literario acude a las fiestas en traje de diario. Por eso es un buen ejemplo que aducir cuando se intenta explicar que un escritor puede ser un artista perfecto sin ser excepcionalmente brillante en su técnica verbal ni estar excepcionalmente preocupado por la flexión de sus frases. Cuando Turguéniev se pone a examinar un paisaje, nos damos cuenta de que le preocupa la raya del pantalón de su frase; cruza las piernas con la vista puesta en el color de los calcetines. A Chéjov no le importa, no porque esas cuestiones no sean importantes -para algunos escritores lo son, con una hermosa naturalidad cuando se da el temperamento adecuado-, sino porque el temperamento de Chéjov es totalmente extraño a la inventiva verbal. Hasta una pequeña falta gramatical o una frase desaliñada, periodística, le traían sin cuidado. Lo mágico está en que, a pesar de tolerar fallos que un principiante de talento hubiera evitado, a pesar de quedarse satisfecho con la medianía en lo que a las palabras se refiere, con la palabra de la calle, por así llamarlo, Chéjov conseguía dar una impresión de belleza artística muy superior a la de muchos escritores que creían saber lo que es la prosa rica y bella. Lo hacía manteniendo todas sus palabras a la misma luz moderada y con el mismo tinte exacto de gris, un tinte que está a medio camino entre el color de una empalizada vieja y el de una nube baja. La variedad de sus atmósferas, el centelleo de su ingenio arrebatador, la economía profundamente artística de sus caracterizaciones, el detalle vívido y el «desdibujarse» de la vida humana, todos los rasgos chejovianos típicos, ganan al estar saturados y envueltos en una borrosidad verbal levemente iridiscente.
Vladimir Nabokov
Curso de Literatura Rusa
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Fragmentos de la lectura de un texto inédito de César Aira, ‘La escritura manuscrita’. Actividad realizada el 24 de abril de 2013 en el marco del III Congreso Internacional ‘Cuestiones Críticas’. Organizado por el Centro de Estudios en Literatura Argentina, el Centro de Teoría y Crítica Literaria, la Maestría en Literatura Argentina de la Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario; y por el Centro Cultural Parque de España.
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Tego se hizo unos huevos revueltos, pero cuando finalmente se sentó a la mesa y miró el plato, descubrió que era incapaz de comérselos.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
Tardó en sacar la vista de los huevos.
—Estoy preocupado —dijo—, creo que estoy perdiendo velocidad.
Movió el brazo a un lado y al otro, de una forma lenta y exasperante, supongo que a propósito, y se quedó mirándome, como esperando mi veredicto.
—No tengo la menor idea de qué estás hablando —dije—, todavía estoy demasiado dormido.
—¿No viste lo que tardo en atender el teléfono? En atender la puerta, en tomar un vaso de agua, en cepillarme los dientes… Es un calvario.
Hubo un tiempo en que Tego volaba a cuarenta kilómetros por hora. El circo era el cielo; yo arrastraba el cañón hasta el centro de la pista. Las luces ocultaban al público, pero escuchábamos el clamor. Las cortinas aterciopeladas se abrían y Tego aparecía con su casco plateado. Levantaba los brazos para recibir los aplausos. Su traje rojo brillaba sobre la arena. Yo me encargaba de la pólvora mientras él trepaba y metía su cuerpo delgado en el cañón. Los tambores de la orquesta pedían silencio y todo quedaba en mis manos. Lo único que se escuchaba entonces eran los paquetes de pochoclo y alguna tos nerviosa. Sacaba de mis bolsillos los fósforos. Los llevaba en una caja de plata, que todavía conservo. Una caja pequeña pero tan brillante que podía verse desde el último escalón de las gradas. La abría, sacaba un fósforo y lo apoyaba en la lija de la base de la caja. En ese momento todas las miradas estaban en mí. Con un movimiento rápido surgía el fuego. Encendía la soga. El sonido de las chispas se expandía hacia todos lados. Yo daba algunos pasos actorales hacia atrás, dando a entender que algo terrible pasaría —el público atento a la mecha que se consumía—, y de pronto: Bum. Y Tego, una flecha roja y brillante, salía disparado a toda velocidad.
Tego hizo a un lado los huevos y se levantó con esfuerzo de la silla. Estaba gordo, y estaba viejo. Respiraba con un ronquido pesado, porque la columna le apretaba no sé qué cosa de los pulmones, y se movía por la cocina usando las sillas y la mesada para ayudarse, parando a cada rato para pensar, o para descansar. A veces simplemente suspiraba y seguía. Caminó en silencio hasta el umbral de la cocina, y se detuvo.
—Yo sí creo que estoy perdiendo velocidad —dijo.
Miró los huevos.
—Creo que me estoy por morir.
Arrimé el plato a mi lado de la mesa, nomás para hacerlo rabiar.
—Eso pasa cuando uno deja de hacer bien lo que uno mejor sabe hacer —dijo—. Eso estuve pensando, que uno se muere.
Probé los huevos pero ya estaban fríos. Fue la última conversación que tuvimos, después de eso dio tres pasos torpes hacia el living, y cayó muerto en el piso.
Una periodista de un diario local viene a entrevistarme unos días después. Le firmo una fotografía para la nota, en la que estamos con Tego junto al cañón, él con el casco y su traje rojo, yo de azul, con la caja de fósforos en la mano. La chica queda encantada. Quiere saber más sobre Tego, me pregunta si hay algo especial que yo quiera decir sobre su muerte, pero ya no tengo ganas de seguir hablando de eso, y no se me ocurre nada. Como no se va, le ofrezco algo de tomar.
—¿Café? —pregunto.
—¡Claro! —dice ella. Parece estar dispuesta a escucharme una eternidad. Pero raspo un fósforo contra mi caja de plata, para encender el fuego, varias veces, y nada sucede.
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Se abre la inscripción al Taller de Lectura a realizarse el 16 de octubre hasta el 6 de noviembre. El taller está dedicado a todos aquellos que escriban o les interese adentrarse en la arquitectura del cuento. La propuesta busca desarrollar recursos como lector y desmenuzar los distintos elementos que conforman un discurso narrativo. No es necesario ningún conocimiento específico, sólo basta interés y dedicación.
La idea es trabajar entre dos y tres cuentos por semana. En cada caso se propone una primera lectura libre, y se ofrece a los talleristas un cuestionario para una posterior relectura. Los textos se leen en casa, y en el taller compartiremos impresiones y reflexionaremos colectivamente sobre ellos.
Estos son los autores que leeremos: Kjell Askildsen (noruego), Raymond Carver (norteamericano), Jorge Luis Borges (argentino), Roberto Bolaño (chileno), Quim Monzó (catalán), Goffredo Parise (italiano), Etgar Keret (israelí) y Antón Chéjov (ruso).
Los talleres se realizarán los miércoles de 11 a 12.30 hrs.
Para más información: mondoescrito@gmail.com
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Reflexiones de Repronto vuelve al ruedo con una nueva temporada a estrenarse este 15 de septiembre. Les dejamos acá un episodio viejo, a modo de calentamiento para lo seguidores de antaño, y como oportunidad para quienes no conozcan aún la labor del Doctor Repronto y sus secuaces.
Al mismo precio, les ofrezco unas palabras de Ignacio Echeverría:
«Quien todavía no sepa quién es Minchinela (como yo mismo hasta hace poco) va a agradecerme con lágrimas en los ojos que le remita a la videoserie que cuelga en internet: Reflexiones de Repronto, que lleva ya cerca de cincuenta capítulos (desde 2007). Los análisis culturales del Doctor Repronto son extraordinariamente mordaces y suman, uno sobre otro, un verdadero diccionario satírico de tópicos e imbecilidades al uso.»
Que lo disfruten!
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Hola amigos!
Ya tenemos septiembre a la vuelta de la esquina, y sin abandonar el aperitivo y el plato de aceitunas, ya anunciamos que está abierta la inscripción a los talleres de esta nueva temporada. El Taller de Escritura Creativa se realizará los jueves de 19 a 21 hrs., y el Taller de Corrección, los martes en la misma franja horaria. Comienzan el 5 y el 3 de septiembre respectivamente, ambos en el barrio Gótico de Barcelona. Si no puedes en estos horarios, haznos saber tu disponibilidad, que suelen abrirse nuevos grupos. Tanto en uno como en otro caso, tienes la opción de tomar una clase de prueba gratis. Para los que anden por Celrà, los talleres, organizados conjuntamente con Connexió Papyrus y la Biblioteca Municipal de Celrà, se iniciarán el sábado 5 octubre de 10.30 a 12.30 hrs. y se realizarán en la sala Polivalent del Ateneu. Si no estás en Barcelona ni en Celrà, no te preocupes, tienes la opción de hacer el Taller de Escritura online. Y como si todo esto fuera poco, también ofrecemos Informes de Lecturas a todos aquellos que ya tengan una obra escrita y Asesorías Personalizadas para los que la tengan en proceso.
Para más información, escribir a: mondoescrito@gmail.com
Abrazos y aceitunas para todos
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POETAS • Documental para la Audiovideoteca de Buenos Aires • Trailer from Carla Sanguineti on Vimeo.
Trailer del Documental POETAS realizado para la Audiovideoteca de Buenos Aires, estrenado en el Salón del Libro de Paris 2013, sobre material de archivo en el que doce autores argentinos revelan su experiencia de escribir. Los testimonios y lecturas de Jorge Aulicino, Diana Bellessi, Arnaldo Calveyra, Silvia Camerotto, Fabián Casas, Rodolfo Fogwill, Romina Freschi, Luisa Futoransky, Leónidas Lamborghini, José Luis Mangieri, Martín Rodríguez y Mirta Rosenberg, invitan a ir más allá de los textos y abren la puerta a sus universos. En el documental también se escuchan fragmentos de lecturas de Oliverio Girondo, Silvina Ocampo, Néstor Perlongher, Jorge Luis Borges, Olga Orozco y Raúl González Tuñón.