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(Extraído de «Peter Pan», de James M. Barrie, traducción de Leopoldo María Panero, Ediciones Libertarias, Colección Libros de Bolsillo nº19, Madrid, 1998)
Nadie, que yo sepa, ha connotado hasta ahora la inefable rareza de la literatura infantil. Del mismo modo, nadie, que yo sepa, ha admitido hasta hoy lo que del niño se escapa de la concepción normal del niño, la inefable «rareza» de la subjetividad infantil.
Pero empezaremos por la literatura, antes de nuestro inevitable encuentro psicológico del tema. Al cajón de sastre de la literatura infantil han ido a parar autores desesperados y profundamente misántropos como Jonathan Swift, escritos contra el género humano como los «Gulliver’s travels» al mismo tiempo que obras tan esquizofrénicas como «Alicia en el país de las maravillas» o «Alicia a través del espejo», de Lewis Carroll (1), así como finalmente obras como las que aquí nos preocupan, el «Peter Pan» de James Matthew Barrie, quien no desdeñó en otras páginas abordar la literatura de terror (2). La moda actual de la literatura infantil pone efectivamente de relieve el carácter esquizofrénico de toda ella, hecho evidenciado por su inclusión en la literatura moderna de vanguardia, toda ella esquizofrénica al decir de Roger Gentis (3). Y es que existen, creo, dos antecedentes claros de literatura moderna o de vanguardia: estos son la literatura de terror y la literatura infantil. No toda la literatura infantil, sin embargo, está tocada de ese «olor» esquizofrénico, de esa singularidad máxima propia de la literatura moderna, de esa singular rareza que consiste, como afirma Todorov, en que en ella el terror se halla por todo el relato, y no sólo en una parte de él. Definición ésta de lo moderno que toma a Kafka por su modelo favorito, al tiempo que nos aleja de piadosas ideologías «postmodernas» que restan de la literatura, so pretexto de no sé qué avances, la angustia y la muerte (4). Con ellas, la edad actual, la edad más obscura, al decir de Ronald D. Laing, se quedaría sin el refugio de la literatura, y sumida en un horror analfabeto, ya que por muchas postmodernidades que se inventen, no se ha avanzado nada hacia el goce.
Yendo todavía un poco más allá en nuestra digresión, la noción de vanguardia como esquizofrénica debiera caracterizar a toda la literatura, como pretende en su notable estudio Javier del Amo, ya que ésta siempre plantea el dilema de una realidad divergente, heteronómica. Del mismo modo, por lo que toca a la literatura infantil, el sueño de Peter Pan no es dulce, y la literatura de L. Carroll «da miedo». La locura se hace acompañar de una niña, y las niñas son las únicas que escuchan, «fieles a su realidad», las historias del loco. Y es que, dejando aparte su literatura, existe una percepción de la realidad en el niño que no ha de interpretarse como una «manque», como una falta de lo real, sino como una divergencia que tiene todo el derecho lógico a existir, lo mismo que la geometría no euclidiana a negar matemáticamente la estructura perceptible de lo espacial.
Del mismo modo, la realidad del niño no ha sido concebida, hasta ahora, como lo que es, es decir, como una realidad divergente, por cuanto no por nada el adulto procede fatalmente a olvidarla, ya que el Ello, según se dice, se crea a partir de los cinco años. De ahí lo que de revolucionario pueda tener el mito de Peter Pan, el niño que no deja de ser niño, milagro que sólo se encontraría en Wendy bajo la forma de Demencia traviesa. Y ello por cuanto esa realidad misteriosa y divergente que late en la infancia no es ajena a la substancia de eso que se ha llamado locura. Lo que luego se llamó esquizofrenia tuvo en principio por nombre el de Daementia precoz o demencia traviesa, sugiriéndose con ello la idea de que la llamada locura no es sino una regresión a la infancia. A algún sitio ha de volverse, por cuanto el vacío no existe y tampoco los viajes a ninguna parte, y en alguna parte de nuestra existencia ha de estar personificado y hecho real lo que luego en ella demora como una potencia o instancia, el inconsciente. En efecto, las alucinaciones del loco son en el niño una forma natural de percepción, por muy increíble que esta afirmación pueda parecer a alguien distinto de una madre avezada en el conocimiento de lo infantil. Peter Pan es, en el cuento, una alucinación de los niños, tal como en otros casos sucede con enanos y duendes, población natural de la mística infantil. Asimismo, un nivel del que responde lo que Freud llamaba «el retorno infantil del totenismo» Peter Pan es la figura totémica del Gran Dios Pan, como muestra, por ejemplo, su flauta, detalle insoslayable de aquel dios. El niño, como el loco, es el enemigo natural del vampiro, al que también se llama «revenant», o el que vuelve.
Pero aparte del niño y del loco, aunque con una relación nada imaginaria sino natural, existe una tercera persona que tiene acceso a las fuentes de la realidad divergente, de lo suprarreal, del ello o inconsciente. Esta tercera persona es el escritor, y el riesgo de su aventura no radica en ninguna bebida o maléfica droga, sino en que su experiencia delimita ese otro modo de percepción u olor que caracteriza a la experiencia esquizofrénica. La función del escritor es, pues, la función psicoanalítica de canalizar y territorializar este sistema, la lacaniana función de circunscribir el inconsciente.
La neurosis es, así, el tema de la literatura, no su forma. De ahí que la psique del autor suela salir dañada de esta empresa, y que el clavicordio estropeado de Holderlin produzca las mejores notas. La imaginación es siempre una potencia mórbida. Todos tememos la llegada de Peter Pan en nuestras habitaciones cerradas, de aquel que echa a volar, demonio travieso, los papeles para recogerlos después formando una nueva y sorprendente figura. La percepción literaria es una percepción distinta, una percepción tiránica. Como titán es aquel que vuelve de la locura.
Traigo recuerdos del País de Never More: el ojo de una bruja, la cola de una sirena y el gusto de Garfio por las frases de buen tono.
Duro es el precio a pagar por tan sólo la cola de una sirena.
Que los viejos la admiren, como a Susana, e imaginen su rostro.
Yo me esconderé en el Árbol del Ahorcado.
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(1) Vid. Gilles Deleuze, «Logique du sens», cap. ‘La pareja del
esquizofrénico y la niña’.
(2) Vid. la «Antología de la literatura fantástica», de López Ibor,
que incluye un relato de James Matthew Barrie.
(3) Roger Gentis, «Le mur de l’asile».
(4) Lo mismo que Kojeve dice de Marx, que ha suprimido de Hegel la
angustia y la muerte.
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