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  • LA ESTÉTICA DE LA ACCESIBILIDAD (JHON IRVING)

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    Hace más de diez años, John Casey —el autor de la novela An American Romance y de la colección de relatos Testimony and Demeanor— entrevistó a Kurt Vonnegut para una revista en ese entonces publicada en West Branch, Iowa, y ahora fuera de circulación. En esa entrevista, Vonnegut dijo:

    Debemos reconocer que el lector está haciendo algo bastante difícil para él y la razón por la que no cambias el punto de vista con mucha frecuencia es que él no se pierda, y la razón de ser de tu párrafo es que sus ojos no se cansen demasiado, y es así para que, sin conocerlo, puedas llegar a él facilitándole el trabajo. Él debe representar tu espectáculo en su cabeza, decorarlo e iluminarlo. Su trabajo no es fácil.

    Tampoco lo es el de Vonnegut. Hacer que el trabajo del lector sea fácil es una labor difícil aunque Vonnegut siempre ha sido un incomprendido en este aspecto. En el New York Review of Books, por ejemplo, Jack Richardson llamó a Vonnegut un “escritor fácil” y —entre otros cargos— acusó a Vonnegut de no ser Voltaire. En la entrevista con Casey, Vonnegut cuenta la historia de su encuentro con Jason Epstein, el editor de Random House —a quien Vonnegut llama “un comisario cultural terriblemente poderoso”— en un cóctel. Cuando fueron presentados Epstein pensó por un minuto, luego dijo, “Ciencia Ficción”, dio la vuelta y se alejó. “Sólo tenía que ubicarme, eso era todo,” dijo Vonnegut. Otros “comisarios culturales” han tratado de “ubicar” a Vonnegut por años; con mucha frecuencia, tal y como Richardson, nos cuentan lo que Vonnegut no es. No es Voltaire, por ejemplo, es posible que no tampoco sea Swift . Al menos en parte, pienso, la disponibilidad infantil de su prosa, sus superficies rápidas y fáciles de leer, son las que resultan tan problemáticas para los críticos de Vonnegut. La suposición de que aquello que es fácil de leer fue fácil de escribir es un lapsus perdonable entre no escritores, pero es revelador cuántos críticos, quienes (de alguna manera) también son escritores, han llamado “fácil” a Vonnegut. En uno de los peores artículos panorámicos escritos sobre Vonnegut (en el New York Times Book Review, disfrazado como una reseña de Slapstick), Roger Sale parecía especialmente molesto con la audiencia de Vonnegut —los “jóvenes mínimamente inteligentes”, los llamaba. “Creo que Vonnegut me sería menos molesto de no ser porque una de mis mayores tareas es intentar proponer preguntas difíciles para los jóvenes semi-letrados,” dice el sufrido señor Sale, esclavizado en las trincheras de la ignorancia. Hay algo autocomplaciente en esta crítica; estos son los comentarios de un crítico que quiere una obra que lo necesite —que requiera ser explicada, tal vez. “Nada puede ser más fácil,” nos asegura Sale respecto de la escritura de Vonnegut. Por otro lado, Sale nos dice, leer a Thomas Pynchon “requiere resistencia, determinación e inteligencia enloquecida” . Más alabanzas propias — Sale no es un lector fácil, tenemos que reconocerle eso. Y pese a la invitación de Sale a comparar, no es mi deseo atacar a Thomas Pynchon, un escritor tan serio con respecto a su trabajo como Vonnegut lo es con respecto del suyo; diría, sin embargo, que hay bastantes “personas serias que toman la ficción seriamente” (como Sale nos llama) que piensan que el tipo de escritura de Pynchon es la más fácil de escribir. Y la más difícil de leer: una confrontación con ideas y lenguaje donde nosotros, los lectores, ponemos buena parte del esfuerzo; donde el escritor, tal vez, no se ha esforzado lo suficiente para ser más legible.

    ¿Por qué ser “legible” es algo malo por estos días? Algunas “personas serias” que conozco agradecen el esfuerzo que toma entender lo que leen; como Vonnegut dice: “Allá ellos.” Déjenlos agradecer. Siendo alguien que, como Roger Sale, ha enfrentado largo rato a los “jóvenes semi-letrados”, con mucha frecuencia yo le agradezco al escritor que ha aceptado la enorme tarea que requiere aclarar su escritura. La lucidez de Vonnegut es un trabajo duro y valiente en un mundo literario donde el desorden puro es con frecuencia considerado como un signo de algún tipo de lucha esencial con las “preguntas importantes”. Buenos escritores han demostrado siempre que las preguntas importantes también deben ser propuestas y resueltas claramente y bien. Es como si Roger Sale —y no es un caso particularmente aislado; lo uso como un ejemplo entre tantos— exigiera una literatura para estudiantes de segundo año de postgrado, una literatura dependiente en la  interpretación; y, por supuesto, en nuestra vergonzosa condición de “semi-letrados” tal vez necesitemos la “inteligencia enloquecida” de alguien como el señor Sale para interpretarla.

    (Fragmento)
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