Fragmento del discurso inaugural que dio Hebe Uhart, en la ciudad de Santa Fe, con motivo del Filba Nacional 2013.
A mí un escritor que ha puesto un buen nombre al personaje me da buena espina, es que ha atendido al personaje, se ha tomado un trabajo y además el nombre le marca un rumbo. Y eso es lo que necesita un escritor: Aprender a atender, a mirar y a escuchar, porque el trabajo del escritor no está en el acto de escribir, sino en toda una tarea previa de tener entrenada la mirada, el oído y la atención, para llegar finalmente a un determinado producto. Para eso debo tener sentido del detalle. Flannery O’ Connor dice “Una gran parte de los escritores jóvenes obvian los detalles y las particularidades ya sea porque son demasiado vagos (con la acepción corriente nuestra de vago) o presumidos como para entrar en minucias”. Es por eso que el principiante no se detiene en colocar un nombre adecuado al personaje, se considera por encima de esa tarea, cree que está para cosas mayores, como mostrar sus ideas, o mostrar que linda manito que tengo yo para escribir. Entonces cae en la idealización del personaje, como la del canoero que siempre canoa. Es también el caso de los abuelos que quieren escribir la historia del los abuelos para contarles a los nietos, según una idea abstracta de cómo debe ser un abuelo o cómo me gustaría que fuera. Y toda idealización es una mala forma de distancia. Si digo que fue un ciudadano probo, correcto, buen padre, es insuficiente, pero si añado que en sus ratos libres jugaba con los trencitos, ya tengo algo mejor. Si digo que la abuela era linda, prudente y servicial, es poco, pero si añado que tenía la costumbre de rascarse sin parar, añado algo. Desde la tragedia griega, todo cuento empieza con un pero (Prometeo, Ayax, Antígona). Chejov, en su libro “Cuaderno de notas” dedica casi la mitad de las mismas a contar algo con un pero. Ejemplos: “Cuanto resquemor nos causa la sola idea de robar el dinero de nuestro padre, pero tomarlo de la caja… eso es perfectamente posible”. Otro: “Ella es malvada, pero enseña a sus hijos a hacer el bien”. Otro: “ Lo he amado y no se lo perdono”. Otro: “ Muy pronto rematarán la propiedad, la pobreza de cada rincón salta a los ojos, pero los lacayos siguen vestidos como bufones”.
Flannery O’ Connor dice: “Los cuentos escritos por principiantes suelen estar preñados de emoción, pero de quién es esa emoción, no se sabe” En realidad si se sabe, es la emoción del autor, pero es una emoción cruda, no elaborada propia del principiante que ve el mundo como le gustaría que fuera o como cree que deba ser éste. Hay, cuando nos ponemos a escribir, un montón de elementos del para texto, o circundantes al proceso, que todos tenemos pero que no hay porqué escribir, porque son una intromisión en la historia. Por ejemplo, sentimientos de melancolía por la propia infancia. Y además la abstracción simplificadora de la palabra “infancia” que me impide atender a lo concreto. Una cosa son los cinco, otra los siete, etc. Despejar un hecho o situación que voy a describir y colocarlo fuera de consideraciones de mi vibración epidérmica o de mi yo inmediato, me lleva a atender a lo contado, a los personajes, de lo contrario voy a poner emociones mías al personaje. Pero para atender hay que aprender ¿A qué? A esperar, básicamente a soportarse a uno mismo, a no impacientarse, a no querer terminar pronto, a no decir masí, y poner una palabra por otra cuando no estoy del todo convencido de que sea la adecuada . A propósito de esto, Simone Weil dice: “Una dificultad es un sol”. Cuando el escritor se cansa del personaje, dice: “Ma si, me tiene harto”. “Ma si, yo lo mato”. ( O lo jubilo, o lo divorcio o lo hago ir a Europa). Esta intromisión arbitraria del escritor es porque no se aguanta a sí mismo en relación a su texto.
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