Este artículo fue publicado en Antes todo esto era campo, la revista del colectivo Gilles de Rai.
.
.
.
.
Llego al Centre de Cultura Contemporània de Barcelona para ver el Archivo Bolaño. Son las cinco de la tarde, el lugar está tranquilo. Tengo tres personas delante comprando sus entradas, hay tres personas detrás del mostrador para atenderlas. Pago, entro a la exposición. Sorprende el aire monacal de la muestra, las luces tenues que invitan a la oración o el estudio. La primera vitrina muestra la alegría de un jovencísimo Bolaño en México. Unos metros más adelante veo algunas imágenes de su paso por Barcelona, una etapa tirando a lumpen de descubrimientos. No puedo evitar cierto malestar. Las imágenes y el entorno se llevan a las patadas. El CCCB es la expresión de una concepción elitista y pija de la cultura, que también hace suyas expresiones que la trascienden. De aquí la incomodidad y el interés de visitar el Archivo Bolaño.
Supongo que en Barcelona todos los amantes de la obra de Bolaño lo saben, pero consignémoslo por las dudas. El CCCB presenta hasta el 30 de junio el Archivo Bolaño, una exposición de los textos personales del escritor chileno. El archivo es la muestra amplia y parcial de un corpus enorme. A saber: más de 14.000 páginas, distribuidas en 84 libretas, 167 entrevistas, 1000 cartas recibidas y copia de algunas enviadas, 26 cuentos y cuatro novelas inéditas, recortes de prensa, y algunos objetos personales como sus gafas, un juego de estrategia o el teclado de su ordenador. La muestra se estructura en tres ejes temáticos entrelazados que expresan algunas de las claves de su universo creativo. El primero define una geografía concreta a través de tres ciudades, Barcelona, Girona y Blanes, donde Roberto Bolaño creó casi toda su obra; el segundo presenta su cronología creativa completando la publicación de sus libros, y el tercero permite aproximarnos a los procesos de trabajo del escritor.
Déjenlo todo, nuevamente. Láncense a los caminos. Este es el lema de la exposición, una cita del Manifiesto infrarrealista escrito por el propio Bolaño en México durante 1976. Cabe preguntarse qué diálogo están planteando con esta elección los responsables de la muestra. Hoy en España algunos prevén un 30 % más de desahucios que el año pasado y cabe recordar que el 2012 se cerró con cerca de 50.000 desahucios efectivos, es decir, de casos concretos en los que familias enteras han sido echadas a la calle. Y no hablemos ya de la gente desesperada que se ha lanzado de un balcón. La decisión de utilizar la cita como lema de la muestra parece un chiste sin gracia, pero no es un chiste.
Por las vitrinas de la muestra los textos despliegan la trayectoria nómade de un latinoamericano que concibe tempranamente una obra total. Esto resulta sorprendente. La figura del detective salvaje es fácil atribuirla a sus años de juventud, pero la imagen que se impone finalmente es la del constructor de laberintos (laberintos salvajes, si se quiere). “La estructura de mi narrativa –dijo Bolaño- está trazada desde hace más de veinte años, y allí no entra nada que no sepa la contraseña”. Esto es evidente en los papeles preparatorios de la pentalogía 2666. En un cuaderno de 2001 puede verse un esquema de la estructura tubular del libro. Un centro oculto del que salen una serie de tubos horizontales en estrella, unidos entre sí por otros tubos horizontales. El centro oculto es a su vez otro tubo, pero éste es vertical.
“Abre un cajón del estante de los libros. Está lleno de papeles manuscritos. Coge uno al azar: ‘¡a veces soy inmensamente feliz!’. La letra es pequeña. Bebe un sorbo de cerveza y sigue leyendo otros apuntes (no viene al caso decirlo en este momento, pero ella no siente estar violando nada al leer esas especies de notas, diario de vida o lo que sea). Lo importante, lo verdaderamente importante quiero decir es que la cerveza se entibia…” El fragmento pertenece a DF, La paloma, Tobruk (1983), una novela inédita de Bolaño, y está claramente expuesto en la muestra. Su función es clara: si no legitima el fisgoneo, al menos lo relativiza. Pero hay otros testimonios que parecen habilitarlo. Según declara su viuda oficial, Carolina López, en el documental “Bolaño cercano”, hay rastros caligráficos que sugieren que Bolaño habría corregido sus libretas de apuntes poco antes de morir.
Una digresión. Osvaldo Lamborghini decía que primero había que publicar y luego escribir. Bolaño contaba que en el momento en que decidió hacerse escritor empezó a leer. Detrás de estas afirmaciones siempre hay un chiste, aunque hoy parece que cada vez más gente se las toma en serio. El caso es que las dos figuras se asocian en esta deriva. Los dos eran latinoamericanos, los dos se murieron relativamente jóvenes en Catalunya. Sus obras son dos maneras de asomarse a un abismo. En Lamborghini se impone ante éste una risa que se consume en la crueldad. Bolaño también se ríe, pero no es nihilista, es un sentimental. En los dos la mirada baja como una marea que revela en sus sedimentos los otros abismos del orden social.
Una cosa que queda clara con los papeles que nos trae este archivo: hacía tiempo que Bolaño quería aventurarse en el terreno de la novela. La leyenda dice que sólo accede a bajar a la llanura narrativa con el nacimiento de su hijo Lautaro, por dinero; escribiendo cuentos primero para enviar a concursos regionales, y novelas después. Todo esto es falso. En el cuaderno de espirales fechado el 15 de agosto de 1978, Bolaño declara: “No quiero escribir más poemas: Quiero escribir una NOVELA, pero me cuesta tanto empezar”. Aunque sigue escribiendo versos, por supuesto. Veinte años más tarde pueden leerse estas palabras suyas en una revista chilena: “A la literatura se llega por azar, como se llega al sexo: movido por cierta curiosidad de algo que no conocemos. ¿Dije que a la literatura se llega por azar? No, no, no, a la literatura nunca se llega por azar. Nunca, nunca. Que quede bien claro.”
Sigamos con un tema borgeano: el coraje. La tradición familiar de Borges se abría en dos ramas, la literaria y la militar, tuvo bisabuelos poetas y coroneles. Si Borges tuvo una conciencia temprana de su destino literario (aún más temprana que la de Bolaño) fue debido a que éste fue una herencia de su padre, quién le abrió su biblioteca y lo invitó a perderse libremente en ella. En Borges hubo más genio que parricidio, y el coraje fue el anhelo conservador de una vida en el sur, hecha de cuentos y de sueños. En Bolaño, en cambio, el valor es una condición de la felicidad. Una felicidad, cabe aclarar, no platónica, una felicidad que potencia la capacidad de obrar. La desmesura de su apuesta a la literatura en este sentido es un ejemplo. En cuanto a su familia: Su madre fue maestra y solía leer bestseller con cierta frecuencia, su padre fue boxeador y camionero. Padre e hijo estuvieron veinte años sin hablarse tras la partida de Bolaño a España. Uno de sus cuentos más hermosos, “Últimos atardeceres en la Tierra”, cuenta el viaje que emprenden B y el padre de B a Acapulco. Tú eres un artista –le dice el padre- y yo soy un trabajador. Piensa B: ¿qué quiso decir con eso? La historia culmina al borde de las trompadas, pero termina siendo un final feliz.
¿Qué hay de la obra todavía inédita? En el archivo se exponen bastantes más, pero mencionemos sólo algunas para no aburrir. La novela El espíritu de la ciencia-ficción son tres libretas en donde narra la historia de un periodista y un escritor del género investigando unas estadísticas raras sobre poesía, intercalada con cartas a escritores de ciencia-ficción. El relato El contorno del ojo parte de dos recortes periodísticos: uno que habla de un viejo chino de 142 años en bicicleta, y otro de un niño, también chino, que parece ver a través de objetos opacos. La virgen de Barcelona es un relato autobiográfico disparado por la contemplación de una caja de cerillas, en donde ya se aprecian los cambios de punto de vista y la fragmentación. El relato Las alamedas luminosas también parte de dos recortes periodísticos; uno de ellos se titula “Un poeta chileno ha sido muerto de hambre por su mujer”; el otro, “Seis niños atraviesan el desierto en busca de cariño y… fútbol”.
Ya falta poco para el cierre. La sala dibuja una ele en cuyo extremo se encuentran estanterías a ambos lados de la pared con la obra de Bolaño traducida a treintaicinco idiomas. La propuesta del comisariado era que el público accediera a la muestra como un detective ante un misterio a develar. Digo misterio, pero podría decir crimen o milagro. La mujer de seguridad cuenta los libros de la estantería para comprobar que no ha habido ningún robo en su turno.
Alejandro Dato
.
.
.
.
.
.
En el año 2002, el escritor y poeta Roberto Bolaño participó en la primera edición de la Fiesta de Literatura Amplificada Kosmopoli realizada en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.
Bolaño, que por aquel entonces empezaba a gozar de reconocimiento y presencia mediática tras ganar los premios Herralde y Rómulo Gallego por su novela Los detectives salvajes, estaba invitado para hablar de la nueva narrativa en Uruguay, Argentina y Chile. Pero decidió saltarse el guión y centrar su discurso en la literatura argentina y, más concretamente, en la narrativa realizada después de la muerte de Borges, que él denominó «las derivas de la pesada».
«La idea original era hablar de la literatura argentina desde Borges hasta Rodrigo Fresán, pero pronto comprendí que para hacerlo hubiera necesitado no diez páginas sino cien, y evidentemente no estaba dispuesto a escribir cien páginas, ni mucho menos creo que ustedes estuvieran dispuestos a escucharlas ahora» Roberto Bolaño, Kosmopolis 2002, CCCB.