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-Lo que va a oír ahora es el capítulo dos de Juan el apóstol, Juan hijo de Zebedeo. El discípulo querido. Dice Juan: Tres días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fueron invitados también Jesús y sus discípulos. Y como faltaba vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice su madre a Jesús: No tienen vino.
Yo vagamente me acordaba. Las bodas de Caná es uno de los episodios que más fácilmente se fijan en la memoria. También me acordaba de que Jesús le responde a su madre con bastante desconsideración. Como el arqueólogo se había callado y me miraba, se lo dije:
-Me acuerdo, sí. Jesús le contesta a María con alguna brutalidad, le dice algo así cómo qué tengo que ver yo con esto, madre.
-Mujer. Le dice: Qué a mí y a ti, mujer. Es un hebraísmo muy frecuente en la Biblia. Se usa, en general, para rechazar una intervención molesta o inoportuna. Y Jesús agrega qué.
-Que todavía no ha llegado su hora.
-Bastante bien. Todavía no ha llegado mi hora. ¿Nunca reparó en algo? Después de semejante respuesta, María, su madre, quien no podía ignorar que Jesús era, para decirlo con tres palabras, hijo de Dios, lo que debió bastarle para no insistir, María se dirige a los criados de la casa y, sin darse por enterada de la negación de Jesús, les pide: Ustedes hagan lo que él diga. ¿Lo que él diga? Él ya ha dicho con bastante elocuencia que no piensa realizar ningún milagro casero, eso es lo que ha dicho… Le confieso algo. Siempre me gustó mucho esa parte. Hay en la terquedad de María algo formidablemente femenino y maternal. Como si dijera: Serás todo lo Ungido que quieras, serás hijo de Dios, pero yo soy tu madre, así que hagamos el milagrito y no se discuta más.
Abelardo Castillo
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